miércoles, 25 de mayo de 2011

Preambulo

La primera canción es "la canción que más le gusta", pero quiero empezar, antes de entrar al tema, de por qué me gusta Bond.

Es un personaje ficticio, un misógino, una reliquia de la guerra fría (Decía M en Goldeneye), sin embargo, es un epítome, un claro e innegable ejemplo de clase pura, es un reflejo de la alta sociedad, de todo lo “high” que se puede ser, de enfrentar el peligro sin perder la compostura, salvar el mundo y obtener la chica: es el hombre que todo hombre quiere ser y el hombre que toda mujer desea.

Esa es la típica descripción, pero gracias a los libros, a poderse meter en la cabeza del personaje, uno se da cuenta que no es necesariamente así.

James Bond es el tipo que hace lo que sabe hacer, lo hace por entre convicción y gusto más que por necesidad, sabiendo que llegará el momento en que tenga que hacer cosas desagradables. Bond cuenta consigo mismo, tiene contactos, personas que le ayudan, pero su vida está en sus propias manos. Posee una vida excesiva y de gustos exquisitos, es arriesgado, temerario, pero también defectuoso. Físicamente tiene muchas características propias del hombre europeo que un latino con el gen García no puede sino anhelar.

El Bond de las películas, por su parte, es una imagen perfecta, indolora e increíblemente suertuda, casi que lo contrario a lo que es realmente en el libro, salvo en otros pasajes.

Eso es Bond, independiente de uno, ahora, el por qué a mí.

Esta afición se la debo a la repetitiva programación de Frecuencia Latina y al gusto por uno de mis hermanos, a quien sin darme cuenta, más que heredarle, le succioné la pasión, queriendo ver las películas una y otra vez, sobretodo en el lapso de tiempo en que no había Pierce Brosnan. Entender que el hombre que cambiaba de rostro era siempre el mismo es un misterio para un niño, pero una fantasía porque permite ilusionarse que uno también puede llegar a serlo. Entonces en las películas encontré al típico héroe de acción, y a un niño le gusta la acción más que lo demás, no se da cuenta de la trama, del contexto, las locaciones, solo los gadgets y como vencer al malo, al tenebroso sujeto con dientes de metal, manejar el bote, helicóptero o nave espacial… es un sinónimo de aventura, y eso era todo.


Luego llegó Brosnan, una nueva era, una nueva historia (y un poco más de atención a la misma). Los Rusos son ahora unos personajes secundarios (pero en el principio, los antecedentes hicieron que me gustara y entendiera la guerra fría en las clases de Historia, quedando grabada, tan presente en los años del colegio. El nivel de acción disminuye, y la atención por la trama aumenta, la capacidad para sorprenderse se vuelve una necesidad.


A Fleming me lo presentaron en la Universidad, cuando en una promoción, en una vitrina con libros de segunda, vi el inconfundible rostro de Roger Moore (en una escena de "The Man with the Golden Gun") en el libro de "Vive y Deja Morir", a un precio más que razonable. Lo devoré lentamente, pero con demasiado gusto, viendo como fui engañado 19 veces, pues a ese Bond frio, calculador, humano, (molido) de las páginas no era compatible con el del cine.

Después de leer tanto derecho, y consciente que no se trata de un clásico imperdible de la literatura universal, despertó el agrado, gusto y la necesidad de la lectura. Existen obras maestras, pero el mejor libro es el que se deja leer, el mejor libro para leer es el que a uno le gusta.

Luego conseguí la saga completa, leyéndolos entre los cambios de clases, filas, buses, ratos de soledad. Nunca hubo un día en que no tuviera un libro en la maleta (tenían su bolsillo especial, exclusivo), en un orden casi que aleatorio (según el orden de compra) para terminar la colección y luego leerlos en su orden cronológico.


Con los libros, uno ya tiene otros ojos para ver el personaje, la trama, los pequeños detalles que son imperceptibles en medio de la película, la escogencia de su atuendo, el demorarse dos hojas para describir algo tan maravilloso e importante que en so versión cinematográfica pierde impacto o simplemente desaparece.

Existen varios tipos de aficionados al 007, los que son fieles a los libros, al canon de Fleming, los que consumen todo lo que exista con el número en la portada y reniegan de las películas, otros que adoran la interpretación de “Cubby” Broccoli (y las diversas facciones dentro del mismo universo). En el caso de este servidor, me encantan ambos, sin tener que llegar al extremo de despotricar uno o los otros. Son distintos, pero se complementan, es un mismo personaje, así no lo parezca. Los libros le "enseñan" a pensar y actuar como él, mientras que la película le da esa imagen que uno no logra hacerse plenamente con solo leerlo.

Además, las películas traen esos escenarios que Fleming describe con riqueza, pero que verlos deleita de manera directa los ojos. El verdadero tesoro del 007 (en su momento) es imaginarse las locaciones y poderlas presentar, así iniciaron las películas, esa es su riqueza, su herencia, sin poder consolarse con simples efectos de computadora.

Y qué no decir de ese verdadero placer, el deleite de los oídos, la música, el Maestro que es John Barry (Nada más inventarse la música de espionaje, el que haga una referencia a espías, se basa en Barry, nada que hacer) y a David Arnold. Después de ver una de esas películas, uno entiende la importancia de una banda sonora. La ventaja de Bond es la infinidad de canciones que tiene, con una estructura, con un ritmo que uno conoce pero ignora: uno sabe que es de James Bond, pero solamente por un pequeño arreglo, mientras que el resto de canción puede existir por si sola.

Como siempre, creo que no dije nada, solo contar esa historia y explicar el porqué las 30 canciones están relacionadas con un universo tan amplio y variado, que es de mi agrado, y espero que esta historia, este blog y lo que en éste se consigna, sean del suyo.

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